Over the weekend, I went with my friend Alex to Pilpintuwasi, a butterfly reserve, conservation area, and animal sanctuary. My last visit was in 2018 when I was a tourist in Iquitos. That’s a full three years since I fully moved here and we span in new directions with the pandemic.
At the reserve, all the animals were rescued. They put the humans in cages giving many of the animals more freedom. The jaguar unleashed the mystic in me. The anteater felt like I was looking at ancientness in real live tounged form, and the baby sloth in a ball reminded me why the internet exists.
I am still thinking about is the primates. I can’t say I was as curious before. That’s changed.
I didn’t anticipate how similar I would feel when gazing at themgazing at me at the Reserve.
The Capuchin monkey’s tiny fingers and knuckles and fingernails struck me. We looked at each other. It appeared we had caught each other in the same moment, the same reckoning, having the same kind of day. Both of us kind of there, both curious and inhabiting a series of tiny intentions and movements, gestures, facial expressions, and motivation. Perhaps because I love feeling tiny in a grand universe and relating to creatures that are smaller than me but still very, very smart.
El fin de semana fui con mi amigo Alex a Pilpintuwasi, una reserva de mariposas, área de conservación y santuario de animales. Mi última visita fue en 2018 cuando estaba de turista en Iquitos. Eso es un total de tres años desde que me mudé por completo aquí y abarcamos en nuevas direcciones con la pandemia.
En la reserva, todos los animales fueron rescatados. Pusieron a los humanos en jaulas dando más libertad a muchos de los animales. El jaguar desató la mística en mí. El oso hormiguero me hizo sentir que estaba viendo la antigüedad en forma de pulmón en vivo, y el bebé perezoso en una bola me recordó por qué existe Internet.
Todavía estoy pensando en los primates. No puedo decir que antes tuviera tanta curiosidad. Eso ha cambiado.
No preveía lo que iba a sentir al contemplarlos en la Reserva.
Los diminutos dedos, nudillos y uñas del mono capuchino me impactaron. Nos miramos el uno al otro. Parecía que nos habíamos pillado en el mismo momento, en el mismo cálculo, teniendo el mismo tipo de día. Los dos estábamos ahí, curiosos y habitando una serie de intenciones y movimientos diminutos, gestos, expresiones faciales y motivaciones. Quizá porque me encanta sentirme diminuta en un gran universo y relacionarme con criaturas más pequeñas que yo, pero muy, muy inteligentes.