On a Zoom call with my mom recently, we dug around through old books from our childhoods.
We honed in on the specific illustrations most imprinted in our memories: a whirl of colors from a washing machine, a disjointed little girl’s bedroom, amoebas when kids visited a “waterworks”.
The difference between doing this activity as an adult from Iquitos during a 90 degree quarantine and 30 years earlier didn’t seem that notable. These books offer a sense of home both rooted in a specific place and something absolutely eternal.
How are we able to fully inhabit two equally real spaces at once? Our activated childhood and excruciating real adulthood? In the same moment?
Perhaps this is a tiny closed room of undiscovered intimacy only realized when we literally climb into the closet of our childhood in Zoom or in person.
Screenshot from our Zoom call
Hace poco, en una llamada de Zoom con mi madre, rebuscamos en viejos libros de nuestra infancia.
Nos fijamos en las ilustraciones específicas que más se grabaron en nuestros recuerdos: un remolino de colores de una lavadora, la habitación de una niña desordenada, amebas cuando los niños visitaban una "fábrica de agua".
La diferencia entre hacer esta actividad como adulto desde Iquitos durante una cuarentena de 90 grados y 30 años antes no parecía tan notable. Estos libros ofrecen una sensación de hogar a la vez arraigada en un lugar concreto y algo absolutamente eterno.
¿Cómo somos capaces de habitar plenamente dos espacios igualmente reales a la vez? ¿Nuestra infancia activada y nuestra insoportable edad adulta real? ¿En el mismo momento?
Tal vez se trate de una pequeña habitación cerrada de intimidad no descubierta que sólo se realiza cuando nos metemos literalmente en el armario de nuestra infancia en Zoom o en persona.