Last night I was watching the most exquisite sunset from my roof.
It was an exceptionally good and unplanned event. It looks like the heavens were talking directly to me, to all of us really, in this tangled reality we have and are in right now.
I was struck by several things. First of all, the experience and view and colors changed constantly. It was one thing then another thing then another thing. Many variations on the same theme. I was struck by its bubbling effervescence. A perfect, short, eternal, gorgeousness opening up for me with an open sky to reflect on it.
What I like about it too, is that it’s not just the sunset.
It’s also me as the seer and appreciator of the sunset. The me that takes it in, the art appreciator who spends hours staring at the same painting at the museum which mysteriously changes. The me that loses track of time because the sauntering nature of beauty doesn’t care about how hungry you are. The whole episode exists and comes about on its own. What the sunset makes me is an appreciator of what I don’t really understand, the person who can savor without understanding. The person who appreciates and finds that connection with art to be enough.
The whole thing is an exercise in turning a Sunday evening into something truly memorable. More than being on your phone, More than here or there. More than what happened this morning. More than all of that.
What we are reminded of is that life is this way. It’s astoundingly lovely and miraculous and short and gone and then there is something else that is also beautiful.
From the roof
Anoche estuve contemplando la más exquisita puesta de sol desde mi tejado.
Fue un acontecimiento excepcionalmente bueno e imprevisto. Parece como si los cielos me estuvieran hablando directamente a mí, a todos nosotros en realidad, en esta realidad enmarañada que tenemos y en la que estamos ahora mismo.
Me impresionaron varias cosas. En primer lugar, la experiencia, la visión y los colores cambiaban constantemente. Era una cosa, luego otra cosa, luego otra cosa. Muchas variaciones sobre el mismo tema. Me impresionó su efervescencia burbujeante. Una belleza perfecta, corta, eterna, que se abría ante mí con un cielo abierto para reflexionar sobre ella.
Lo que me gusta también es que no es sólo la puesta de sol.
También soy yo como vidente y apreciador de la puesta de sol. El yo que la contempla, el apreciador de arte que se pasa horas mirando el mismo cuadro en el museo que cambia misteriosamente. El yo que pierde la noción del tiempo porque a la naturaleza errante de la belleza no le importa el hambre que tengas. Todo el episodio existe y se produce por sí solo. Lo que la puesta de sol hace de mí es un apreciador de lo que realmente no entiendo, la persona que puede saborear sin entender. La persona que aprecia y encuentra suficiente esa conexión con el arte.
Todo ello es un ejercicio para convertir una tarde de domingo en algo verdaderamente memorable. Más que estar con el móvil, Más que aquí o allá. Más que lo que ha pasado esta mañana. Más que todo eso.
Lo que se nos recuerda es que la vida es así. Es asombrosamente hermosa y milagrosa y corta y se va y luego hay algo más que también es hermoso.